Reflexiones sobre la comunicación: tránsitos y diálogos entre saberes
Históricamente la dimensión cognoscitiva de la comunicación ha sido centro del debate científico, dada su dificultad para ser catalogada como una disciplina en términos estrictos. Su tradición ha consonado con la tensión para encontrar caminos universales y consolidados de concebir e investigar a esta -bien llamada- indisciplina (Múnera, 2010 en Rizo, 2014; Silva y Browne, 2006). Ciertamente, la imposibilidad pensar a la comunicación como un ámbito disciplinar afianzado, exclusivo de las ciencias sociales y que goza de convergencia teórico-conceptual, podría convertirse igualmente en una de sus mayores riquezas. Esto pues su condición de fenómeno, campo profesional y campo académico (Rizo, 2014), posibilita desarrollar análisis, metodologías y prácticas desde diversos enfoques, en permanente crecimiento, transformación e imbricación con innúmeros ámbitos y problemáticas socioculturales (Sierra, 2005 en Rizo, 2014). Por tanto, empeñarse en configurar fronteras que rigidicen los modos en que la comunicación debe ser entendida, abordada, analizada y teorizada, podría significar someterla a peligros de simplificación y socavar sus múltiples potencialidades para aportar a la ciencia.
Lo anterior no supone restar valor a la gran diversidad de conocimientos y referentes que desde la academia han construido aprendizajes elementales para el entendimiento de las muy variadas dimensiones y niveles comunicacionales, al contrario, rescata la posibilidad que presenta la comunicación -cuyo objeto empírico radica, esencialmente, en la producción social de sentido (Fuentes Navarro, 2003 y 2004 en Rizo, 2014)- para imbricarse en las sinuosidades de un amplio universo de disciplinas y, al tiempo, ser estudiada desde ángulos diversos, siempre en interacción y simbiosis con el vasto espectro saberes científicos, académicos, profesionales y culturales.
“Disciplinar” a la comunicación, entonces, implicaría gozar de completa claridad y estrictez respecto a su objeto de conocimiento y, por tanto, significaría luchar en contra de su esencia y naturaleza, pues la comunicación podría ser todo menos uniformidad, estructura y limitación. Alejada de lo que explícitamente se entiende como ciencia, la comunicación hace a un lado la búsqueda de una verdad universal, la objetividad y la contrastación empírica de una o más realidades, para abrir el espacio a múltiples interpretaciones, lecturas, delimitaciones y perspectivas que abordan los hechos comunicativos, desde sus incontables aristas.
Así, la comunicación destaca por su omnipresencia, misma que -gozando de una mirada panóptica- permite comprender situadamente procesos complejos de interacción y significación socioculturales, donde se ven involucrados elementos creativos, mediadores, tecnológicos y simbólicos, propios de los fenómenos comunicativos. Desde una metáfora biologicista, podemos entender a la comunicación como una figura símil a la célula, elemento básico que se despliega y evoluciona en función de su entorno, adoptando distintas formas, permeando cada estructura y configurando diversos enjambres que permitirán el funcionamiento de órganos, sistemas y, finalmente, de un todo. Tal como en esa universalidad última, la comunicación protagoniza, da forma y permite la comprensión de realidades variadas y heterogéneas, desde y a través de diversas disciplinas, constituyéndose como célula que actúa en todos los espacios y niveles, desde una postura integrada, y no meramente como la suma de las partes
Afirmamos pues, que la comunicación opera en todos los ámbitos de la vida humana, permitiendo la conformación, evolución y legitimación de culturas mediante la construcción de sentidos, significados y realidades que dan forma al tejido social y, por ende, es susceptible de ser estudiada desde lo inter y transdisciplinar. Es así como, desde una mirada ha llevado a significar su particularidad como una indisciplina (Múnera, 2010 en Rizo, 2014; Silva y Browne, 2006), la comunicación y su versatilidad permiten aportar conocimientos científicos y académicos desde y para la totalidad de disciplinas y campos que conforman la universalidad de la ciencia.
En este punto, resulta interesante reflexionar cómo la conceptualización planteada se cruza y transita hacia otras disciplinas e, inclusive, hacia otros campos de estudio, como es el caso de los estudios de género. Este, también caracterizado por su transversalidad a los diversos ámbitos culturales y por su implicación en la totalidad de las relaciones sociales, permite y exige ser abordado desde una multiplicidad de espacios y saberes, siempre en diálogo con la comunicación, la cual, en este caso, aporta al entendimiento de procesos y cambios sociales (del Valle y Browne, 2020).
Pensar el género, en tanto categoría política, social y cultural que determina relaciones de poder entre hombres, mujeres y otrxs, propias de sociedades heteropatriarcales, puede hacernos viajar a variados fenómenos de estudio, como la creación del sistema sexo/género, la violencia simbólica y explícita que afecta a mujeres, niñxs y disidencias, las masculinidades hegemónicas y el surgimiento de otras alternativas, la hegemonía que margina y castiga a quienes escapan a la norma binaria, la estructuración de Estados, economías, religiones y sistemas de salud en base a lógicas señoriales, o a sistemas educativos que legitiman y reproducen las inequidades sexistas y, por tanto, perpetúan la violencia de género como leitmotiv de nuestra sociedad, por nombrar sólo algunos (Marañón, 2018; Varela, 2017; Segato, 2016).
Dada su relevancia, nos detendremos en este último punto, donde podemos reconocer fácilmente el carácter de campo que adopta la comunicación, viéndose implicada en la disciplina científica referida a la educación y, paralelamente, convergiendo con aspectos ligados los estudios de género.
La socialización del género, obediente a lógicas machistas, está presente en la totalidad de aspectos/niveles educativos formales (y no formales), esto pues el sistema que ha acunado a dicha institución, históricamente se ha nutrido de estructuras de poder establecidas por la supremacía masculina (Marañón, 2018; Fontenla, 2008). En márgenes más delimitados, podemos reconocer el despliegue de los mandatos heteropatriarcales en momentos que resultan especialmente fundamentales para la formación de las personas, como lo referido al período de formación preescolar. En esta etapa de vida, y en contextos fundamentales de formación como la familia y la escuela, niños y niñas interiorizan determinadas producciones de sentido que les permitirán significar el mundo y actuar en él (Contreras y Flores, 2022; Alpízar y Bernal, 2003; Lovering y Sierra, 1998). Es respecto a esta etapa, por lo tanto, que resulta imperante centrar la atención en la formación del profesorado, quienes, mediante variadas prácticas comunicativas, propias del ejercicio de la pedagogía, (re)producen, transmiten y legitiman las inequidades de género para con sus estudiantes (Ärlemalm-Hagsér, 2010; Mizala et al., 2015).
Enfatizamos la importancia del estudio de la comunicación dado que – desplegada en el ejercicio pedagógico- tiene el potencial de perpetuar ideaciones e imaginarios hegemónicos, así como también puede fomentar prácticas y el desarrollo de pensamiento crítico respecto al modelo jerárquico que impone el sistema de género tradicional. Desde esta mirada, el campo de la comunicación da cuenta de su plasticidad para transitar entre la educación y la inequidad/violencia de género, adentrándose en fenómenos que -desde una mirada compleja e integradora- buscan abordar problemáticas de urgente atención y cuyo adecuado tratamiento, puede -potencialmente- impactar en la calidad de vida de quienes conforman más del 50% de la población mundial.
Si profundizamos en la reflexión sobre la transdisciplinariedad y el efecto “puente” que puede alcanzar la comunicación, en tanto productora de sentido, podemos ver que su implicación en el ámbito del género puede extenderse a muy variadas dimensiones y, en consecuencia, disciplinas y campos. Ejemplo de ello es cómo se observan y analizan los potenciales efectos de la socialización del género en ámbitos de salud (mental y física), entendiendo que dicho fenómeno se basa en la puesta en común de patrones donde lo femenino y lo disidente es desvalorizado e inferiorizado, afectando a mujeres -y a otras minorías- en un espectro que va desde lo simbólico, donde -por ejemplo- la figura (trans)femenina es hipersexualizada al servicio de terceros, al tiempo que es merecedora de castigo cuando administra su sexualidad de manera autónoma; hasta lo explícito, donde actos como la violación o los femicidios son perpretados con lógicas de rectificación, en consonancia con la idea de superioridad masculina (Flores, 2022; Segato, 2016; Bourdieu, 2000).
Ciertamente la tradición de las teorías que hasta ahora se han concentrado en la comunicación ha evidenciado valiosos aportes y certezas, poniendo al servicio del conocimiento científico distintos paradigmas desde la que puede ser abordada, analizada e interpretada; sin embargo -y por, sobre todo- nos ha heredado desafíos. En la actualidad, trabajar en el campo de la comunicación exige conceptualizarla desde su imperfección, plasticidad e inacabable evolución, en concordancia y correspondencia con la complejidad de los escenarios sociales contemporáneos.
1la escalera ascendente y descendente escheriana, originada a partir de la escalera de Penrose, fue diseñada por Maurits Cornelis Escher y da cuenta de un laberinto compuesto por escaleras que emergen en todas las direcciones, envolviendo a las figuras en bucles que no tienen fin ni salida aparente.
Bibliografía
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