El trabajo de Mauro Basaure cultiva la contemporaneidad de la sociología política de Luc Boltanski*. Existe aquí un diálogo sostenido con el pensamiento crítico. Desde las ciencias sociales, Frankfurt y la afirmatividad de la teoría hegemónica. Luego Mouffe, entre las pasiones y la deriva del agonismo crítico-liberal de los intelectuales “K”. El autor discurre sigilosamente en los tumultos no monolíticos del realismo. Realismo de la filosofía política y empiria elevada al nivel de teoría sociológica.
En un terreno conceptual Basaure no ha cedido a los desarrollos de la post-hegemonía -y el péndulo editorial del sufijo post– que recusa el exceso de articulación del “Hegemón Laclausiano”. Existe una duda encarnada con “nuestros filósofos” del éxodo que solo admiten -lo hegemónico- en el plano descriptivo-hermenéutico de la teoría. A propósito de sus diálogos permanentes con Chantal Mouffe, reconoce categorías centrales del debate, “significante vacío”, “sinécdoque”, “catacresis” -entre otras. En cuanto afirma en todos sus escritos el carácter discursivo de la realidad social y la lógica diferencial que asedia la equivalencia, a saber, aquella negatividad constitutiva que se aparta de toda positividad, plenitud o sutura. Cabe admitir que la política democrática no puede limitarse a establecer compromisos entre intereses o valores, o la deliberación sobre el bien común. Necesitamos política factual que incide en los deseos identitaristas y en los fantasmas totalitarios del presente.
Es el propio Slavo Zizek, quien ha sostenido que, “En Spinoza, el concepto de multitud (multitude) en tanto que muchedumbre (Crowd) es fundamentalmente ambiguo: la multitud es resistencia ante el uno que impone, pero, al mismo tiempo, designa lo que llamamos turba (Mob), una explosión salvaje e irracional de violencia que, a través de la imitación de los afectos, se alimenta y propulsa a sí misma (Žižek, 2006, p. 53)**.
Desde un ethos reflexivo y observante con el propio mundo social-demócrata, Basaure levanta un diagnóstico balanceado, político y empírico, no menos crítico de la “modernización acelerada” y la cadena de antagonismos en el caso chileno. Conviene subrayar la filiación con las ciencias sociales -producción de conceptos y hallazgos- como una forma de cultivar la sociología crítica, que ahora interroga los pliegues emocionales del estallido social bajo la cadena de violencia y disturbios que sacudieron a Chile durante varias semanas de octubre (2019).
Todo ello, sin sacrificar la investigación -empírica, y política en esta ocasión- ante las pasiones fugaces del sentido común, ni ceder al presentismo noticioso de los relatos breves, ni menos a la metáfora rápida que circuló por los meses del derrame chileno. En ningún caso Basaure descarta reactivamente el valor cognitivo y agencial de las emociones, o bien, las restringe a un mero paradigma racionalista de la política. En efecto, y -valga la cita- “el acento en los discursos con contenidos emocionales en la medida que, tanto los actores implicados como también las audiencias, se involucran a través de ellos con acciones colectivas desplegadas física y/o virtualmente. Ello más aún en las sociedades contemporáneas en las que las posibilidades mediáticas permiten una comunicación en la que convergen lo gestual, visual, sonoro, audiovisual, kinestésico y digital” (Documento en desarrollo). Invocando a Martha Nussbaum, las emociones son levantamientos geológicos del pensamiento. En efecto, no cabe duda de su importancia en la política contemporánea, cuestión que abraza un expediente empírico -de ricas fertilidad política- abriendo otras posibilidades hermenéuticas sobre las “multitudes afectivas del 2019”. Ello oscila, cabe subrayarlo, entre lo empírico y lo político.
Nada ha sido ex nihilo. Y aunque es primordial impugnar la inflación semiótica como un problema sustancial de las izquierdas, cabe consignar profundas huellas de exclusión y desigualdad en el régimen terciario. Lejos de tolerar u obliterar el efecto expansivo de la violencia institucional, la “energía acumulada” -convocando al autor- asumió una “potencia de despliegue”, que ha trastocado órdenes y sentidos, litigando desde la calle contra la expropiación de la vida cotidiana. Allí donde los cuerpos padecieron la empresarialización de la subjetividad y la pobreza se imputa como una falta de osadía gerencial. Y es que ante “subjetividades coléricas” , sin obviar grupos medios, que, tras la irritación, hoy reclaman complicidades con los mercados (crecimiento) y abrazan un deseo de “orden conservador”. En medio de la “violencia legitimada”, las subjetividades rebeldes y una demografía crítica (“nihilismo épico”), hizo pedagogía con la simbolicidad de los oprimidos, por la vía de retóricas oposicionales. Todo ello no solo excede las empatías brumosas de los partidos de izquierda respecto a los “usos de la violencia”, sino que se inscribe al interior de un régimen de modernización -para muchos exportable y, quizá milagroso, a la luz del próximo 17 de Diciembre-.
En este último sentido, la “abismosidad” de la revuelta -estallido para Mauro Basaure- era un collage de metáforas y goces por la fuga, refractarios de toda instancia de acuerdo. El archivo poético devino huraño a todo reparto de lo común. Entonces, cabe sospechar de las etnografías blandas. De esta forma sobrevino el nihilismo que abrazó buena parte del movimiento social en total disyunción con el campo institucional. Si la sociabilidad es un lugar fundamental para construir el orden, la conflictividad irreductible, es una indiferencia y vacuidad de las significaciones, que exacerba un “presentismo” del despojo. Tal subjetividad que hemos descrito acá, a partir de octubre de 2019 fue capaz de agenciar una expresión de malestar que dio cuenta de una “ebullición emocional” cargada de “anhelos depresógenos”, a partir de lo que podemos entender como un acontecimiento. El malestar pregnante en el régimen de la vida cotidiana, devino en la heroicidad pulsional desbordaba, cuando inscribía su libertad en una autonomía vacía de sentido. Estas expresiones que hemos venido presenciando, que no requieren masividad, persisten en el levantamiento de conflictos radicales capaces de modificar cómo entendemos nuestra cotidianidad.
Tal subjetividad, a partir de octubre de 2019, fue capaz de agenciar una expresión de malestar que dio cuenta de una “ebullición emocional” cargada de “anhelos derogantes”, a partir de lo que podemos entender como un frenesí metaforizante por lo intempestivo, y que ahora carece de todo verbo para descifrar la restauración conservadora. Sin perjuicio de las formas abismantes de desigualdad presentes el año 2019, aquella ola negra de violencias audiovisuales, y licencias poéticas fue un reverberar de tráfico informativo, y marginalidades mediáticas que merecen un análisis ampliado. El malestar pregnante en el régimen de la vida cotidiana, devino en la heroicidad pulsional desbordaba, cuando inscribía su libertad en una autonomía vacía de sentido histórico. Todo ello vino a obstaculizar el “orden en disputa”. Tales expresiones que no requieren masividad, persistían en la reactividad del levantamiento de conflictos radicales capaces de modificar cómo entendemos nuestra cotidianidad. Si toda universalidad está excedida -exudada- de política no afirmativa, la eventual similitud igualitaria de la experiencia democrática introduce un virus que fomenta una “disimilitud radical”.
Ante la brutal represión policial, que generó muertos y heridos durante las manifestaciones, la réplica fue una reacción violenta por parte de los manifestantes, cuestión que configuró un nuevo escenario a los hechos de violencia que estuvieron en el origen de los disturbios, como la quema masiva de estaciones del tren subterráneo. Pese a las medidas del gobierno y la fuerte represión policial, las protestas continuaron durante semanas. La línea divisoria que separa formas legítimas y no legítimas de la violencia se hizo mucho más borrosa que en otras ocasiones, al punto de que incluso el saqueo y el pillaje encontraron voces de justificación que no se escuchaban (no al menos de esa forma) desde la época de la dictadura cívico militar. La intervención de Mauro Basaure, no busca explicar tales posiciones contrapuestas respecto de la violencia, ni el porqué de la justificación de la violencia, sino más bien mostrar la estructura lexical y semántica del uso de las emociones en el marco de la controversia acerca de dicha violencia. Controversia en un significante primordial. Para Basaure la conjunción de argumentación reflexiva y emociones produce un tipo de justificación o no justificación, propia a la comunicación acerca del estallido social chilenos de 2019. Es más, el repertorio verbal de las emociones hace que el odio y la rabia (otrocidio o enemización) y hace evidente el pequeño drama subjetivo de disidencias, destituyentes seculares o de improntas filo anarquistas, que nos lanzan al despreció del epistemicidio.
En efecto, el argumento central es que la justificación y no justificación reflexiva de la violencia, en tal situación aparece asociada a contenidos emocionales que hacen emerger un nuevo tipo de justificación o no justificación de la violencia. Tal conclusión muestra que sería desventurado reducir todo a esa perspectiva, pero evidencia la emergencia de un nuevo tipo de justificación reflexivo-emocional que es importante para comprender a cabalidad las condiciones de polarización política que produjo el estallido social en Chile en 2019. Concitando a Martuccelli, (2019) se ha dicho que esta polarización reprodujo en lo esencial los clivajes políticos. Según Basaure, los mismos conceptos-emociones están presentes en distintos argumentos de justificación y no justificación de los hechos de violencia, lo que explica la fuerte controversia en la comunicación pública en tales circunstancias. El primero refiere a las palabras-emociones presentes de manera significativa que, a modo de morales excluyentes, desplazan a otras opciones hermenéuticas. Esto sugiere que los diferentes contextos controversiales tienen una amplitud lingüística determinada y propia. Si en el ámbito académico el concepto clave para hablar explicativamente del estallido fue “malestar”, y en movilizaciones similares tuvieron fuerza simbólica nociones como “ira”, “indignación” o “cólera”, tales conceptos no fueron usados por el ciudadano común. Se abre aquí una interesante pregunta etnolingüística y comparativa sobre las diferencias léxicas según contextos de controversia y litigios de sentido. Eso nos conduce al segundo círculo, que, al interior del primero, reduce mucho más la amplitud de dicho vocabulario, destacando con claridad las palabras-emociones “rabia” y “odio”. Al nivel del lenguaje ciudadano, los fenómenos de violencia en el “estallido social” en Chile fueron tematizados recurriendo principalmente a estas palabras. En tercer lugar, la alta polarización que alcanza la controversia en el periodo del estallido social se explica por la simbiosis entre la justificación o no justificación en términos político-reflexivos y las emociones que en cada caso se asocian a esta reflexión. El clivaje “Rabia” y “odio” son los conceptos-emoción centrales en el caso chileno. Ellos se emplean en los distintos planos argumentales asociados tanto a la justificación como a la no justificación de la violencia. Por tanto, quienes no justifican los hechos de violencia, “odian” o manifiestan “rabia” hacia objetos que quienes justificaron el uso de la violencia avalan, y viceversa. Este es el núcleo duro de la controversia del estallido y, a la vez, una fuente desde la que irradia y se generaliza la polarización de argumentos y conductas. Por fin, cuarto punto, lo que está en juego en la controversia es la legitimidad de la movilización. Mientras que el odio tiene una función de deslegitimación por medio de la singularización (individualización de la responsabilidad), en el sentido de que no hay más explicación de la violencia que estados singulares, la rabia, por su parte, tiene una función de legitimación de la protesta en el sentido de que se trata de causas objetivas que afectan al colectivo: un pueblo abusado y tratado injustamente (colectivización de la responsabilidad).
La “controversia” –point essentiel en la línea argumental- trata de un continuum que va desde un extremo de lo bajo, inmoral, singular o puramente subjetivo, a lo más alto de una causa social objetiva, moral, justa y general (que atañe a toda la sociedad). Finalmente, el centro gravitacional de la intervención se ubica en el vértice entre justificación de la violencia y emociones en la comunicación de redes sociales (X), excluimos conceptos-emoción no vinculados a esta temática. Esto constituye una limitación para la apreciación del rol general de las emociones y sus contextos de emergencia en el estallido social en Chile en 2019. Para analizar este rol en profundidad se requiere desanclar las emociones de razones justificatorias de todo tipo y poner el foco en la comunicación emocional por sí misma.
Parte de un investigación en desarrollo es lo que Mauro Basaure expondrá el día 05 de Diciembre (10. AM) en el Hall de la biblioteca central de la Universidad de la Frontera. Ello lleva por título, “El estallido social de las emociones. Justificaciones y controversias sobre la violencia del caso chileno”. Un trabajo sobre las emociones del estallido que, desde múltiples ámbitos, busca explorar qué rol decisional juega la reflexión emocional -que no son fuerzas ciegas- en los contextos políticos y su densidad propositiva. Ya lo sabemos, la perspectiva metodológica de un análisis del discurso, puede apelar a elementos racionales, pragmáticos y retóricos que contienen las emociones como dimensiones que ayudan a modular y a vertebrar argumentos de naturaleza política.
Es bueno leer el enunciado político-sociológico de Basaure, las lecciones que la izquierda debe atender. Es muy necesario abrazar sus “pliegues de sospecha”, su sentido de espera y realismo crítico, ante las metáforas que auscultan la “ruina argumental”. Pero también es muy deseable poner en tensión la ideas que el autor propone, porque ante la duda ello nos permite -fair play mediante – diferir de toda sociología adaptativa. Basaure nunca incurre en un discurso henchido en credenciales de gubernamentalidad, por ello es necesario sospechar de su acometido. Es bueno que así sea.