El campo de la investigación en comunicación se caracteriza por una multiplicidad de tradiciones, cada cual con una definición de su preocupación, autores de referencia y opciones de diseño metodológico. A riesgo de una sobre-simplificación de los términos, estas tradiciones se pueden agrupar en al menos tres, las que se presentan en este documento de trabajo con una intención más bien didáctica. A una de estas tradiciones se le puede llamar perspectiva crítica, cuya inspiración se encuentra en la Escuela de Frankfurt y su preocupación por el rol de las “industrias culturales” en los procesos de hegemonía y dominación (Adorno & Horkheimer, 1997). Una segunda perspectiva propone una reflexión normativa sobre las posibilidades de los medios de comunicación de ofrecer una “esfera pública” (Habermas, 1986) en que prosperen los valores democráticos. Y una tercera, que puede denominarse “interpretativa”, releva la actividad “decodificadora” (Hall, 1980, 1996) que realizan las audiencias al interactuar con mensajes mediáticos.
Como observa Rinke (2018), una perspectiva normativa en investigación en comunicación política conecta el cómo son las cosas, con el cómo debieran ser las cosas. Esta conexión, siempre riesgosa, reconoce el carácter eminentemente ideal de la democracia y sus valores, fijando allí el cómo la sociedad, los medios y la política debieran ser. Una vez fijado ese ideal normativo, la investigación se da a la tarea de observar la realidad y reconocer los déficits que presenta frente a la realización de estos ideales. Si bien es cierto esta es sólo una de las perspectiva que aborda las relaciones entre los medios y el poder, el acercamiento normativo se arroga para sí el título de ser el campo de estudios en “comunicación política” (McNair, 2017) y la primacía de su definición sobre “el rol de la comunicación en los procesos políticos” (Chaffee, 1975, p. 15).
La tradición normativa se reconoce por su inspiración teórica –no siempre explícita- en la idea de espacio público, así como una aproximación a los medios de comunicación y, particularmente, al periodismo, como si fueran instituciones políticas (Schudson, 2002). La idea de espacio público tiene una definición seminal en el trabajo de Jürgen Habermas (1986) y desde allí emergen dos grandes corrientes de estudios. Por un lado, la investigación en comunicación y opinión pública, con una preocupación primordial por los efectos cognitivos en la ciudadanía, su toma de decisiones y su participación en el sistema democrático (S. E. Bennett et al., 1999; Boukes, 2019; Cappella & Jamieson, 1997; De Vreese, 2005; De Vreese & Semetko, 2002; Peifer, 2013). Este énfasis cognitivo ha dado lugar a nociones fundamentales en el estudio de la comunicación tales como encuadre, fijación de la agenda o predisposición (Aruguete, 2011; Baum, 2003; Entman, 2003; Gamson, 1992; Y. Lee & Min, 2020; M. E. McCombs & Shaw, 1972; M. McCombs & Valenzuela, 2007).
La idea de esfera pública también ha dado lugar a estudios enfocados en los procesos deliberativos, que reconocen la comunicación como su proceso constitutivo (Dahlgren, 2005; Delli Carpini et al., 2004; Dobson, 2012; Luskin et al., 2002; Ryfe, 2005). Esta línea de trabajo recoge muchas de sus preocupaciones desde la ciencia política e hipotetiza que, en tanto instituciones democráticas, los medios impactan en la calidad de la democracia (Patterson, 1994, 1998; Strömbäck, 2005; Vliegenthart et al., 2011; Voltmer & Sorensen, 2019). Más aún, esta perspectiva llega a considerar a los medios como la institución central de los procesos políticos, dictando sus quehaceres y formas (Blumler & Esser, 2019; Brants & van Praag, 2015; Esser, 2013; Mazzoleni & Schulz, 1999; Nölleke et al., 2020; Orchard, 2017; Orchard & Venegas-Muggli, 2019; Robinson, 1999). En términos de su opción metodológica, ha tenido al periodismo como el lugar de investigación predilecto para detectar las falencias de los medios para empujar procesos de democratización y como lugar de constitución de la ciudadanía (Kriesi, 2012; Langer, 2010; McAllister, 2007; Wilke & Reinemann, 2001).
Una definición concisa y clara de perspectiva crítica en comunicación viene de un autor que no la profesaba. Paul Lazarsfeld (1941) la define por el tipo de preguntas, las que incluyen la organización y control de los medios de comunicación y cómo estos amenazan los valores humanos. En su definición, la investigadora crítica siente que su deber es desmontar las formas, intencionadas o no, en que los medios contribuyen a fomentar actitudes y hábitos deplorables. La descripción provista por Lazarsfeld hace evidente la conexión entre la actitud crítica y la inspiración que entrega la decimoprimera tesis de Karl Marx (1997) sobre Feuherbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Siguiendo a Lazarfeld las preocupaciones críticas atienden esta voluntad transformadora. En lo que se refiere a diseños metodológicos, la perspectiva crítica privilegia comprender los procesos sociales en su totalidad y con ello privilegia la aproximación especulativa por sobre el énfasis empírico y disciplinar del paradigma de la investigación en comunicación de masas (Wolf, 1987, p. 105).
La perspectiva crítica en investigación en comunicación comprende que los procesos de construcción y contestación de la hegemonía se dan en el lenguaje. El significado, para esta línea de investigación, es socialmente producido mediante el acto de la comunicación, el que, a su vez, está mediado por estructuras de poder. Fiske (1984) relaciona este proceso con la producción de ideología, es decir, ideas y significados que constituyen relaciones de poder. Como se mencionó antes, hay un ímpetu transformador en este tipo de investigación, y en este caso, se manifiesta en una constante denuncia de los procesos alienantes de la denominada “industria cultural” (Adorno & Horkheimer, 1997). Al recibir una fuerte influencia del materialismo histórico desde su origen, la investigación crítica ha tenido también una fuerte preocupación por la economía política de los medios (Mattelart, 1986; Sunkel & Geoffroy, 2001). Así también, la influencia de la semiótica ha dado lugar al estudio de los contenidos de estos medios de comunicación y cómo estos reproducen relaciones de poder tanto en discursos oficiales como en espacios de cultura popular (Aparicio, 1999; Fabes & Martin, 1991; Fogel & Quinlan, 2011; Gee, 2014). Este último tipo de estudios ha contribuido a reconocer las relaciones que hay entre las dinámicas de los conflictos sociales y comunicación, relevando a los medios no sólo un escenario de representación de estas disputas, sino como una arena en que estas ocurren (Cárdenas & Pérez, 2017; Del Valle Rojas, 2005; Dorfman & Mattelart, 1971; Marshall, 2016; Muñiz et al., 2013; Munizaga, 1983; Van Zoonen, 2006) y desde las cuales se puede constituir contrahegemonía (Barker‐Plummer, 1995; Carroll & Ratner, 1999; Chalmers & Shotton, 2016).
A la tercera perspectiva se le podría llamar “interpretativa” y si bien mantiene la preocupación crítica por desmontar las relaciones de dominación, contribuyó con una reconceptualización de la audiencia y con ello dio lugar a cambios metodológicos. Un autor seminal en esto es Stuart Hall (1980) que desde los Estudios Culturales Británicos, alega más crédito para la capacidad interpretativa/decodificadora con que cuentan las audiencia cuando consumen contenidos de los medios de comunicación. Las audiencias habían sido sujeto de estudio antes en el campo, pero desde ahora se les asume de otra manera en tanto objeto de estudio. Al menos desde la publicación de Personal Influence de Elihu Katz, Paul F. Lazarsfeld, Elmo Roper en 1955 se comprendió que la audiencia tenía un rol que jugar en el flujo de la comunicación de masas. Este texto fundó una tradición de estudios de opinión pública que se transformó en el paradigma dominante en el campo (González R., 2011) con importantes contribuciones, tales como la noción de usos y gratificaciones (Blumler, 1979; Katz & Blumler, 1974) o espiral del silencio (Noelle-Neumann, 1974). Para Abercrombie & Longhurst (2012), esta sociología de la comunicación estaba marcada por supuestos que ignoraban los procesos económicos, estructura de clases y relaciones de poder que constituían a la audiencia y sus actividades y son las ideas Hall las que traen estas dimensiones al análisis.
Los estudios de la tradición interpretativa tienden hacia los diseños cualitativos. Esta inclinación, sin embargo, no obsta el debate interno por la definición misma del objeto de estudio ya que se reconoce que aquello que se ha de llamar “audiencia” no es más que un supuesto ontológico sostenido por las o los investigadores (Höijer, 2008). Aquí se pueden agrupar los llamados “estudios de recepción” ejecutados mediante observaciones etnográficas (Morley, 1996) que ven al espacio de lo privado y lo cotidiano como escenario de las negociaciones con estructuras de dominación (Ang, 1989). Esta perspectiva interpretativa, entonces, se puede caracterizar por su forma de teorizar a la audiencia y por su uso intensivo de técnicas como entrevistas en profundidad, observación etnográfica o grupos de conversación (Antezana Barrios & Cabalin, 2020; Cabanes & Acedera, 2012; Skeggs et al., 2008; Woodstock, 2016). Se reconoce así a una audiencia realmente activa e incluso productiva, como lo muestran los estudios sobre fandom, en que se revela todos los empeños emocionales, afectivos, simbólicos involucrados en la creación de sentido por parte de estos grupos (Fiske, 1992; Van Zoonen, 2004), en particular cuando se trata de contenidos aparentemente triviales (L. Bennett, 2014; Fogle, 2015; S. H. Lee et al., 2020; Lewis, 2002).
Esta presentación no pretende ser exhaustiva sobre cuantas perspectivas hay presentes en el campo de investigación de la comunicación. Sólo se ha presentado de manera didáctica tres formas fácilmente identificables de definir una preocupación de investigación. Dominación, democracia e interpretación son categorías reconocibles en las preocupaciones de cada una, así como sus autores de referencia, definiciones teóricas centrales y las opciones metodológicas que tienen más o menos naturalizadas. Evidentemente, todo ejercicio de categorización debe reconocer la existencia de fronteras liminales entre ambas en que es difícil etiquetar de qué se trata. Existen autores y autoras que proponen nociones que desafían estas tradiciones desde su interior o mediante desplazamientos de una a otra que enriquecen y mueven el campo (W. L. Bennett & Segerberg, 2012; Coleman, 2012; Livingstone, 2004; Mellado et al., 2017; Richardson et al., 2013; Street, 2019; Van Zoonen, 2004; Wiggins, 2019). Lo que aquí se ha ofrecido es un ejercicio didáctico para argumentar la multiplicidad de visiones que conviven en el campo de investigación en comunicación.
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