OPINION – ESTUDIANTES UACH

Concentración comunicacional y políticas de la diferencia

Escrito por: Katherine Barriga, Doctorante en Comunicación de la Universidad Austral y Universidad de la Frontera.

La práctica comunicacional en Chile está asediada por un modelo concentracionario. La ficción de la “ciudadanía comunicacional”, cincelada en tiempos de post-dictadura (1990-2019), nos obliga a reflexionar sobre la “ética de la comunicación”, como así mismo, a interpelar una “economía mediática”, fuertemente oligarquizada, que sin embargo “publicita” la diferencia desde una “imagen turística”. Ello luego se materializa en discursos de experiencias de vida, articulación de prácticas que propendan al desarrollo de una comunicación algo más democrática, reflejada en “políticas de la diferencia” y movimientos sociales (2019), y no en la mera pluralidad informacional -trascendiendo el cerco elitario-.

La dimensión temporal posiciona a la “comunicación popular”, entendida como un tipo de diseño que propicia la “concientización y la subjetividad autónoma y activa en Latinoamérica, dentro de un proceso mayor que “comienza con el lenguaje y termina en la acción política. Tal acción, en desarrollo, entrega las herramientas para la formación de “espacios autónomos” y de “autogestión” (“luchas de la diferencia, potencias y cuerpos expuestos”) desde lógicas antiautoritarias que apuestan por la generación de medios propios de contrainformación. Esto implica una ofensiva comunicacional que significa un “acto de contra-hegemonía” y no una “estrategia de comunicación para excluidos”.

Si se toma una distancia crítica de los medios de comunicación masivos (hegemónicos y excluyentes) es posible centrar el debate en los procesos culturales y sociales que se desencadenan cuando los “discursos de la diferencia” (ecológicos, sexuales, feministas, originarios) se apropian de las tecnologías de la información y la comunicación, evidenciando su “derecho a lo común”.

La potencia de los discursos feministas y las minorías activas ha sido expresada por su “fuerza de producción y creación” que se va tejiendo en forma de red y resignificando a través de los afectos, generando complicidades que no se rigen dogmáticamente por las lógicas verbales del poder dominante y sus vectores estructurales. Los “movimientos en red” desde lo colectivo vienen a extender las potencias populares, y las apropiaciones subversivas de las nuevas tecnologías que posibilitan la generación de espacios de diálogo y colaboración crítica. La apropiación del lenguaje hace posible la transformación de los sujetos pasivos hacia agentes autónomos que nutren la esfera pública de muchas voces y posibilitan la formación de una “comunidad activista”, dando cuenta de la importancia del lenguaje y sus representaciones.

En suma, los procesos de comunicación promueven lógicas negociadoras de la cotidianidad y optan por resistirse a las interpretaciones uniformes del contexto. Ello reclama la mixtura de lo social (la mezcla y la yuxtaposición) como habitante de la riqueza mediática en dinámicas estratégicas de transformación constantes que pueden ir de la resistencia a la complicidad. En estos espacios-momentos de negociación -cavidades críticas- emerge la presencia del “otro” y su capacidad de agencia (más allá de la mera pasividad).

El imaginario democrático está estrechamente vinculado con la necesidad de que un otro sea reconocido como legítimo otro, lo que depende de las posibilidades de ejercer una “agencia política” que será puesta en disputa a través de categorías vinculadas al reconocimiento, la identidad, la voz, el agenciamiento y la narración.

Todo ello supone enfrentar la obsolescencia concentracionaria de la comunicación cuya captura en lectoría para el caso chileno se aproxima al 70% en dos grupos económicos. Estas cuestiones deben ser consideradas desde la comunicación crítica para llevar adelante un “pensamiento dialógico”, que tenga como componentes fundamentales a la “escucha” y la “mediación.

Tal perspectiva en diálogo ha sido expuesta por Nelly Richard como “pensamiento de la democracia” dónde la cuestión del feminismo -más allá del afán monolítico de una política pública y los cuerpos jurídicos- tiene mucho que decir en relación con la diferencia, sin caer ni en las retóricas de un sociologicismo pacificador de “lo social”, ni en los esencialismos de la guerrilla identitaria (multiculturalismo neoliberal).

Otras cuestiones aluden a los grados de comunicación y relación política que se han tratado de representar, a saber, se presenta al “otro de respeto” como protagonista de un “imaginario multicultural en donde no se plantean las diferencias y sus conflictos. Aquí se borra la diferencia”, luego al “otro nacional” que se configura desde el “pluralismo como un sistema político de representación de intereses múltiples en la vida democrática” y que deviene en la “formación de grupos culturales cerrados”, después el “otro colonizado” que “tiende a ver sólo las diferencias de los distintos/ “otrificados”. Mientras las subjetividades permanecen invisibles bajo una epistemología crediticia centrada en métricas y dispositivos gestionales.

Siguiendo en la línea de las tecnologías del presente (Meme, Fake, Redes Sociales) exploran las dimensiones del colonialismo de datos, que luego se analiza como un proceso de apertura en medio de la “gleba digital”. La matriz comunicacional chilena con su extractivismo de datos, abunda en el algoritmo de la violencia y sus agentes: industrias y mercados meméticos”, la llevan a desarrollar el concepto de “tecnoafecciones”, como entramado de emociones, percepciones y sensaciones, que dañan o “afectan” los constructos sociales.

El campo de la comunicación se plantea como un ámbito de estudio, trabajo y acción que debe cuestionar el colonialismo mediático y sus pactos de lenguaje. Un espacio de múltiples usos e interpretaciones, una “disciplina” en permanente transformación que se dinamiza de cara al futuro. Las nuevas tecnologías y los nuevos “modos” de “producción de sentido”, seguramente se verán enfrentados a múltiples problemáticas donde las luchas democráticas deberían no sólo comprender los espacios en “disputa por la palabra”, sino implementar una política de medios que desafíe las formas visuales, estéticas y culturales del actual modelo oligopólico.