Ecosistema medial en Chile: transformaciones, desbandes y equilibrios

Por Carlos del Valle R. y Mauro Salazar J.

Publicado el 12 de diciembre 2022

Si admitimos que el neoliberalismo comunicacional es una “disciplina medial” para los estados postnacionales, es porque estamos en presencia de un conjunto de formaciones textuales y tecnologías domiciliadas en un sistema de medios, grupos controladores, circulación de élites y vectores de poder.

Tras el “imperio de las imágenes”, abundan liderazgos ideológicos, violencias simbólicas, subjetividades beligerantes, construcciones visuales de la gobernabilidad y “corporativismos mediáticos”, que conviven con el aceleracionismo multimedial. En suma, los dominios técnicos del presente vienen a exacerbar la arquitectura descontrolada de la desinformación, que amenaza con constituirse en un “capitalismo del despojo”. Los nuevos territorios visuales pasan por enjambres y tecnologías (“virus visuales”) y ello es parte de una condición de época que no se puede moralizar de bruces, ni menos agotar la discusión a nombre del “simulacro” (“falsa conciencia”, “esencias versus apariencias”). Aquí adquieren máxima relevancia los nuevos dispositivos de producción de audiencias, donde las tecnologías de turno simulan una vigilancia vacía y sin “reparto de lo político”. Tal estado de fragmentación, ha transfigurado el estatuto de lo real mediante “fake news”, “memes” y TikTok. Si bien no es posible sostener sin más que, a todo evento, el “fake” sea rotulado de mero “engaño de masas”, ruina argumental, o “alienación”, no es menos cierto que opera como un dispositivo que reubica el lugar y la circulación del capital en la vida cotidiana.

Es importante consignar que las noticias falsas (fake news) contienen códigos de verdad y falsedad, por lo cual es más adecuado nombrarlas desde una dicotomía algo policial, pero política y metodológicamente eficiente, a saber, noticias-mentiras. En suma, aquí es donde las fronteras de sentido entre una comunicación con ethos público (“reparto de lo común”) y otra orientada al “sesgo”, mantienen fronteras inestables, difusas y están siempre bajo el asedio de una “contaminación del sentido”. Si el fárrago de sucesos se consuma en una “mentira guionizada”, ello devela la dispersión del contenido gestionado por el oligopolio mediático. Esto último hunde sus raíces en una “modernización acelerada” al decir del mainstream. Una boutique de liberalización y accesos, que redunda en una interpretación que emplaza fenómenos esquilmantes que inoculan al sentido común, y administra la simbolicidad ciudadana mediante un “consumismo masificado”.

Pero vamos a nuestros hitos más parroquiales, anecdóticos, pero sintomales del momento actual. En el campo de los juicios empíricos, ¿viajó la ministra Camila Vallejo a una reunión sobre fake news? Sí, viajó (verdad). ¿Lo hizo en clase ejecutiva? No (falsedad). Como lo anterior circuló en los medios de comunicación y las redes virtuales, su carácter público y masivo –que son condiciones de las noticias– es evidente. Ahora bien, ¿puedo privar a alguien de la libertad de interpretar los hechos y expresarlos públicamente? No. ¿Podría ser este el objetivo de cualquier proyecto transformador en el sistema de medios? No, porque el problema no se agota allí.

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